EL SUEÑO DEL MONT BLANC. CUANDO LA AVENTURA
SE CONVIERTE EN
LOCURA.
CAPITULO 1. LA FORJA
DE UN SUEÑO.
Nunca me planteé subir al
Mont Blanc, la verdad que nunca ni lo pensé. En mi juventud fui montañero de
verano e hice muchas cosas por las alturas, pero nunca me gustó la nieve, está
muy fría y húmeda, y además resbala, y no tengo estilo dando patinazos.
Cuando acabé hace 9 meses con
las oposiciones, más bien casi acaban ellas conmigo, volví a la montaña apuntándome a todas las
asociaciones habidas y por haber de gente que van al campo. De una de ellas
conocí a Jesús, cuando me planteó subir al Morezón de Gredos en Enero, me dio
un poco de yuyu, pero soy muy lanzado y le pedí a mi amigo Migue prestada toda
la ropa menos las botas y los calzoncillos…
Subir al Morezón a cerca de
20 grados bajo cero, con la nieve golpeándote la cara y el viento formando
remolinos como en el desierto, fue una gozada.
Lo malo que entre mi estado físico después de llevar casi 10
años sin hacer ningún deporte y los
patos, las raquetas de nieve, me hicieron una contractura en el aductor derecho
que me hizo penar como un condenado subiendo el calvario, así que bajé del
piquito no muy convencido.
Cuando Jesús y Josechu me
hablaron entonces de subir al Mont Blanc en verano, me lo tomé un poco a coña.
Había subido al Morezón y casi me tienen que poner una pierna nueva, lo del
Mont Blanc en seis meses, Ja, Ja, Ja.
Al mes o así subimos al
Calvitero, con mi pata bien coja y una buena bronquitis, donde me quedé
alucinado al conocer a la gente de Montañeros de Béjar, que entre 57 años y
setenta y muchos subían por las empinadísimas cuestas como balas y me tuvieron que esperar, cuando me sacaban 30
años. Allí me calcé por primera vez mis crampones , mis polainas y el piolet
que suena a polo de hielo…( de fresa y limón),recién comprados por Internet.
Me seguían insistiendo en el
tema, qué pesaitos los dos, que si Mont Blanc para arriba, que Mont Blanc para
abajo, ya empezaba a darme mal de altura, y Jesús con su cantinela de siempre,
entrena ,entrena ,entrena ,….
Así que no sé yo si por
convicción propia o por aburrimiento me fui a mi amiga Carol, la fisio, para
que me arreglara la pierna, y tras unas fantásticas y dolorosas sesiones y con vendajes raros de deportistas me dejó como
nuevo.
Una vocecilla decía en mi
cabeza, entrena , entrena ,entrena,… y no era la mía.
Me puse como endemoniado a
subir y bajar cortafuegos y riscos por
detrás de mi casa en mi Sierra de Pela, cada vez con más alegría, mientras
tanto Josechu y Jesús iban preparando una hoja de ruta para ir cogiendo cuerpo
para el Mont Blanc, si habéis oído bien, Mont Blanc, ya empezaba a hartarme de
esa palabrita.
Lo primero el Cabeza Nevada
de Gredos, después el Mulhacén y de guinda el
Aneto, los muchachitos se buscaban los más bajitos de cada cordillera,
es que a la primera hay que ir a lo más chungo, sobre todo el Mont Blanc.
En el Cabeza Nevada allí por
Marzo conocí a Alejandro, el madrileño, el cuarto en discordia, aunque no nos
acompañaría al Mont ese, sería adicto al sufrimiento con nosotros tres.
El Cabeza Nevada estaba muy nevada y no nos
dejó subir, aunque Josechu con su habitual optimismo no veía “ninguna
dificultad” en subir y eso que nos hundíamos en la nieve hasta casi el pecho,
nos volvimos prometiendo revancha.
Ya estábamos los cuatro del
grupo que nos autodenominaríamos más tarde como Vertiente Sur:
Jesús, el más veterano,
superdeportista y entrenador de atletas en Villanueva, con su vitalidad que lo
llena todo.
Josechu, el motor del Mont
Blanc, el sueño de su vida, en una forma física increíble y un optimismo más
increíble.
Alejandro, un año mayor que
yo, cuya bondad y simpatía no tiene
límites.
Yo, el benjamín, siempre a la
cola, porque todavía no me he puesto a entrenar en serio, aunque quizá lo
haga para el Everest…
Las cosas tomaban forma, un
manual de alta montaña; para detenerse con el piolet y amarrarse con nudos de
maroma, ¡Toma ya!, autodetención lo que
me faltaba por ver…
Al mes cuando nos falló el
Mulhacén y volvimos al Cabeza Nevada con nuestro amigo Candy, el GPS humano de
Gredos, que a sus cerca de 60 años no hay quien le pille por esos andurriales, nos metimos bien en la niebla y pillé mis
primeras rampas muy vertiginosas de nieve.
Estábamos en Abril y Josechu
nos inundaba con vídeos e historias del Mont Blanc, que si la Bolera, que si la arista de
Les Bousses, que si el corredor del
Goutier, todo “sin ninguna dificultad técnica” pero plagado de
cadáveres…
En mayo empezó mi alergia, y
se acabó el entreno serio, aunque me compré una cinta de esas de correr, ya
nada sería igual, con ventolines y pitos hasta el Mont Blanc.
Ese mes subimos al Pinajarro
de Hervás, donde `pudimos disfrutar de la mayor tortura física y psíquica que
hay en Gredos y parte del universo, los piornos, esos adorables matojos del
demonio que te engullen como a un chanquetito. En el Mont Blanc no los han
inventado, todavía.
Y ya en Junio fuimos los
cuatro al Aneto, donde nos dimos un baño de multitudes, multitudes de
montañeros allí apostados en el paso de Mahoma, a ver si alguien pasaba con el
vendaval, y pasamos…menos mal que soy hermosito y el viento no pudo conmigo.
Quedaba un mes, había que
entrenar y entrenar, y después entrenar, nos juntamos para ver videos y para
enredarnos en sesiones de cuerdas larguísimas que parecían boas apretándote por
todos lados.
Nos subimos La Covacha y La Galana para ir haciendo más
piernas, y quedamos un día con Sebastián que había subido el año pasado, que nos dio todo tipo de detalles:
“Que en la bolera caen
piedras como lavadoras…”,”que la arista no tiene dificultad si no miras para
abajo”, “que el corredor se sube bien aunque hay zonas que tienen cables de
acero porque están muy verticales, y te tienes que amarrar con tus cordinos” y
otras historias para no dormir.
La cosa se iba calentando y
curiosamente mientras más feo lo ponían menos me preocupaba , yo siempre voy al
revés que todo el mundo y tuve que bajar más todavía el ritmo del entreno, por
temas laborales, bueno al revés sale mejor…
Mientras, Jesús y Josechu, se
machacaban en jornadas inhumanas de entrenamiento, Josechu estudiaba y
preparaba hasta el más mínimo detalle y mínimo céntimo del presupuesto: 600
euros la aventura, una ganga, vamos a tener que montar una compañía, para subir
a los extremeños al Mont Blanc.
Ya sólo faltaba el tiempo, y
claro, el tiempo al revés, cuando llegábamos un sol de infierno y cuando íbamos
a subir, nieve, nieve, nieve. Así que el mismo día que salíamos Josechu cambió la reserva del refugio Gouter del día
20 al día 18 de Julio.
El sacrificio era muy grande,
subiríamos sin aclimatar. La aclimatación es permanecer unos días a 4000 metros andando
para acostumbrar el cuerpo a la falta de oxígeno y para que no te dé el mal de
altura, todo el
mundo lo hace, pues nosotros
a pelo. No había otra opción.
La cosa se ponía interesante,
nuestro primer cuatro mil, el más alto, sin aclimatar, sin dormir, sin comer y
yo casi sin entrenar. Por suerte me quitaron la guardia del día antes de salir
y me montaría en el avión con algunas horas de sueño en mi cama.
Capítulo 2. El viaje a la Francia.
Salimos de Pela el miércoles
16 de Julio del año 2014 de nuestro
señor. Jesús y Josechu vinieron de Villanueva sobre las cinco y poco de la tarde y en plena ola de
calor de 40 grados salimos para Madrid.
Dormiríamos en Leganés, en el
piso de la familia de Conchi, la pareja de Jesús, la Manolita, el navegador del
coche, nos lió bastante y con el paso obligado por el Decathlon para comprar
material de escalada, llegamos pasadas las doce, donde Nino y Rosi, cuñados de
Jesús, nos esperaban muy gentilmente para darnos la bienvenida.
Así que nos acostamos pasadas
la una, previo susto, Josechu con tanto ajetreo, se había dejado la mitad de
los papeles en Villanueva, tuvimos que dar la lata al pobre de Nino para que buscara a las una de la mañana, un chino
para imprimir correos electrónicos sin resultado, por suerte, tenía los códigos
del avión, así que no nos quedaríamos en tierra.
Nos levantamos a las 5 y
media de la mañana y salimos para el aeropuerto esta vez guiados por el móvil
de Jesús que estaba más despierto que la Manolita.
Llegamos a un hotel donde
dejaríamos el coche 6 días por el módico precio de 35 euros, este Josechu a este paso nos va a
llevar a Nepal por 100 euros, nos llevaron al aeropuerto y al embarcar nos
cobraron el equipaje que supuestamente entraba en el precio y además nos
aseguraron que en ningún vuelo de Iberia daban de comer con el coste del
billete normal, así que otra metida del Internet.
Nos pusieron juntitos sin
ventanilla y los tres queríamos de ella, junto a mí un señor de color(como se
dice ahora políticamente correcto) dormía junto a la ventanilla, que además nos
cerró a cal y canto, Jesús, se subía por las paredes,”tenía que estar prohibido
poner a los que duermen en la ventanillas”,” no vamos a ver nada”, “a ver si me
cambia de sitio este hombre cuando despierte…”decía revolviéndose en el asiento
que parecía que iba a saltar en pedazos, y por fortuna, a mitad de camino o
algo más, despertó y al ver la cara desencajada de Jesús, no dudó en cambiarle
muy amablemente el asiento.
Ahí fue cuando lo vimos por
primera vez, un gran montón de hielo enorme, se quería escapar de la tierra
para saltar al cielo ,el Mont Blanc, muy por encima de cualquier pico vecino
destacaba con su gran mole.
Aterrizamos en Ginebra, que
por lo visto está en Suiza y no en el mueble bar, recogimos las maletas y aquí
empezaba la odisea.
Dos Extremeños y un Andaluz, como
podéis imaginar, curtidísimos de viajes por el mundo y expertos políglotas,
hablábamos español, castellano, extremeño, andaluz, granaíno, un poquito de
castúo y algo bastante menos por señas y señales, Jesús y Josechu, francés y yo
inglés, perfecto para triunfar.
Nuestra primera prueba, el
mostrador de la compañía de autobuses, nos acercamos con una determinación un
tanto zozobrante “excuse “,”excuse”, la muchacha ponía cara rara, no va esto
bien, “madame se mua”, esto está muy chungo. Tras mirarnos con cara de mofa nos
dice “sois españoles”, la muchachita era de Murcia y estaba al borde del ataque
de risa.
Nos vendió los billetes y le
hicimos todo tipo de preguntas, nos faltó preguntarle por el tiempo en el Mont
Blanc.
Nos dio planos de Chamonix y
nos deseó suerte. El autobús salía poco después de las doce para llegar a las
dos y pico a Chamonix, esperamos poco rato y se bajó un conductor con pinta de
central de la selección alemana, nos sentamos en primera fila para no perder
detalle.
Ginebra es una ciudad abierta
y moderna al pie del lago Lemán, el más grande de Europa Occidental,
curiosamente allí está todo muy llanito y de fondo el Mont Blanc, un coloso blanco que vigila
desde arriba, y en la vida Ginebrina lo
tienen presente.
Tuvimos una gira gratuita
mientras recogía pasajeros, pasándonos por el chorrazo del lago “jet d eau” que
salta un montón de metros en vertical y le hicimos las primeras fotos de la
jornada.
Enseguida nos encontramos
Francia con su aduana a medio gas y cogimos la autopista hacia nuestra mole,
nos introducimos en un amplio valle rodeado de picos del que nadie se acuerda
allí de ellos, y aquí serían reyes de las alturas.
Y allí estaba, de frente,
toda la realidad en su dureza, una montaña infinita rodeada de precipicios, con
un tomo de enormes glaciares de sombrero, subir ahí parecía una pesadilla, un
horror,… vértigo, sudor, “dios mío”, “en donde me he metido”, “en donde me he
metido”…el pánico es un sentimiento corto para lo que me apretaba en el pecho y
me subía por la garganta,”quién me ha mandado hacerle caso a estos chalados…”.
Pero la valentía consiste en
ignorar el miedo, así que opté por mirar al valle hasta que su proximidad hizo
que lo taparan los picos más bajos, aún así era consciente del peligro y no
volví a mirar alegremente hacia arriba en todo el día, ya que una sensación de
vértigo me embargaba el ánimo.
Los Alpes son simplemente
preciosos, praderas verdes con sus vaquitas con enormes cencerros, cascadas,
picos, bosques de árboles enormes, no sabe uno dónde mirar. Eso sí, el valle de
Chamonix al estilo costa del sol, está repleto de casas en cada rincón que uno
mire, con su estilo alpino ,una auténtica pena.
Llegamos a Chamonix y nos
bajamos en la parada que no era, por lo visto la murciana nos leyó el mapa al
revés y estuvimos una hora detrás de un Josechu dando vueltas con el plano en
la mano, buscando el dichoso apartamento, hasta que preguntamos a un francés y
me tuve que entender con él en inglés, allí todo el mundo lo habla, y mi inglés
de hace 20 años es un poquito más entendible que el francés de ellos dos.
Nos paramos en una plaza
medios reventados y aburridos, y llamamos al número del encargado del
apartamento, al quinto o sexto intento después de quitar los prefijos
internacionales, se puso un tal Richard que automáticamente me lo pasaron a mí,
como pude le dije dónde estábamos , a los cinco minutos apareció con su barba
gris ombliguera, allí estaba ZZTOP, una pasada, le faltaba la guitarra.
Con nuestro queridísimo ZZTOP
subimos al apartamento, con unas vistas al río y a la montaña preciosas, y era
en el portal de enfrente del que
llamamos por teléfono, así que no estábamos tan perdidos, sólo que en Chamonix
parece que le tienen alergia a poner números a los portales.
Nos fuimos a comer más allá
de las cuatro y nos deleitaron con un maravilloso menú de carne de vaca loca,
con textura zapatilla vieja, estos franceses parecen que se comen lo primero
que pillan o quizá son muy listos y nos ponen a los españoles las sobras…
El día era espléndido ninguna
nube por parte alguna, Chamonix es un pueblo que vive de la montaña, cuna del alpinismo,
es el Marbella de la montaña, un río de color lechoso con tonos verde azulados
es el centro del pueblo, donde en armonía se suceden flores, casas pintorescas
y monumentos conmemorativos de las grandes gestas que aquí se han realizado,
como la primera subida el 8 de Agosto de 1786.
Pasamos media tarde paseando
y haciéndonos fotos con todos los picos inmaculados de nubes. Aunque evitaba
mirar a lo alto, un sentimiento de sobrecogimiento me embargaba cuando miraba
al Mont Blanc, presidiendo amenazadoramente el valle.
Como siempre nos acostamos
tarde, al estilo español, nos llevó un buen rato en preparar los pertrechos
para la aventura del día siguiente, sin duda alguna nos podía marcar nuestras
vidas…
CAPÍTULO 3. LA AVENTURA
DE NUESTRAS VIDAS.
Era el día 18 de julio del
año 2014 de nuestro señor, el día esperado,el día clave, el comienzo de lo que
tanto habíamos preparado, el éxito o el fracaso pendía de un hilo.
El plan de subida trazado por
Josechu era claro. Lo haríamos por la vía normal, por la cima del Gouter, y la
vuelta igualmente, los aludes de la vía de los cuatromiles o de los cósmicos
hacían que volver por ahí fuera casi un suicidio, así que dejamos en el piso la
cuerda de 60 metros
para el rapel sobre el hielo que tenía esa ruta, sus cinco kilos lo hacían
aconsejable.
Nuestro primer objetivo ,el
nido de la águilas donde se empieza a andar desde los 2300 metros, para
llegar al refugio del Tete Rousse a 3200 metros, y ahí empezaría la aventura,
primero habría que pasar LA
BOLERA, un paso de 30 metros donde caían continuamente grandes
piedras, dos días antes había sido el último muerto en ese paso, que contaba
con incontables víctimas, luego tendríamos que afrontar el CORREDOR del Gouter, una pared encrestada de 500 metros de desnivel
calificado como poco difícil en escalada, ya veríamos ,para mí sin duda el
mayor peligro.
Si lográbamos pasar, lo que
no nos albergaba dudas, llegaríamos al refugio del Gouter, colgado a 3800 metros de un
precipicio con su forma de huevo, lo habían estrenado el año anterior y allí
acabaría el primer día, con nuestra llegada prevista sobre las tres o las
cuatro de la tarde, y tras unas siete
horas de subida.
La segunda jornada sería la
más dura, nos levantaríamos a las 1.30 para desayunar a las 2, y comenzar a
subir sobre las 3 con linternas. Se hace de noche para que la nieve esté más
dura y además de ser más fácil andar, al no hundirte, evitar que se puedan
ceder los puentes de hielo que hay sobre
las grietas del glaciar.
La subida es fácil de seguir,
hay un surco de tanto pasar, y se hace continua hasta el refugio de Vallot, casi a 4400 metros, es el
punto de tomar un respiro antes de afrontar las últimas rampas.
Tras Vallot viene el tercer y
último punto difícil , la
CRESTA DE LES BOSSES ,es una cresta de una hora de duración
de apenas 1 metro
de anchura, con caída casi vertical a ambos lados, a la izquierda Francia, a la
derecha Italia, en mil metros de caída. El problema es cruzarse con gente, un
paso en falso y hay un hermoso tobogán.
La cima es un llano amplio, sin
ningún tipo de hito, es curioso con lo que le gustan a los franceses llenarlo todo con plaquitas y
monumentos.
Este segundo día iríamos
encordados de travesía, y si alguien caía
hacia Italia los otros se tenían que lanzar a Francia para frenar la
caída y viceversa.
Nos levantamos a las seis de
la mañana, para coger el autobús que nos llevaría a Les Houches, el autobús fue
puntual e iba casi vacío, salvo por una parejita de japoneses bastantes escuálidos, que iban con
pinta de hacer lo mismo que nosotros, el viento lo iba a tener fácil con ellos,
la chica era casi transparente de lo delgada que estaba.
Nos bajamos en Les Houches
que está a 1000 metros,
desde aquí se coge un teleférico que te sube hasta Bellevue a 1800 metros, donde hay
una parada del tren cremallera que lleva al Nido de las Aguilas.
En la parada del teleférico
había montones y montones de montañeros, con su habitual colorido, que se afanaban a esas tempranas horas, en echarse
crema del sol, que iba a ser espléndido todo el día.
Tras esperar un ratito que lo
abrieran, nos apretamos como japoneses en el metro de Tokio en el teleférico, allí Jesús con su habitual
socarronería preguntó a voces si había algún español, y justo al lado nuestra
había un Madrileño, que nos contó su aventura en el Mont Blanc de hacía un año,
este año iba a hacer otra ruta, sobre todo le que preocupaba a Jesús era La
Bolera, por lo visto no se le da bien ese juego.
Llegamos a Vellevue, una
pradera idílica rodeada de bosques en lo alto de una loma, donde estaba la
penúltima parada del tren cremallera del Mont Blanc, en pocos minutos apareció,
con su aire retro y su eterno crujir, se retorcía continuamente para subir por
las empinadas laderas, con su carga, gran carga humana.
En el tren se respiraba la
ansiedad, ansiedad en todos lo idiomas, era la torre de Babel, había para todos
los gustos. En su subida acabó dejando
los bosques, adentrándose en un túnel ventanoso, que acababa en el nido
de las Aguilas.
El comienzo de la caminata, a
2360 metros
de altitud, últimos retoques a la mochila, alguna foto y un poco de crema.
El nido de la Aguilas es el final del
Glaciar de Bionnassay, vaya nombrecito, que roto en grandes bloques amenaza por
caer hacia el valle, con el continuo y desgarrador rugido de las pequeñas avalanchas que caen continuamente desde las
alturas.
Nosotros a su izquierda
giramos por un valle empinado y pedregoso, donde la serpiente multicolor humana
reptaba por las laderas en pequeña algarabía, rompiendo la templada paz de la
montaña. No tan templada ,que nos fuimos a pasar calor a los Alpes, y es que
siempre llevamos a Extremadura con
nosotros, y ya sabemos que pasa en Extremadura en Julio.
Subida continua, dura, pero
muy fácil, conocí a un jovenzuelo francés de 73 años que subía como un gato,
aunque reconocía que tenía que ir más despacio.
Se llega a la cabaña de
Rougnes, las primeros vistas impresionantes, desde aquella cuerda, parte que divide
dos laderas de una montaña, se divisan todas las agujas o Aiguilles en francés,
que en el día claro nos dejaban boquiabiertos, esta zona tenía un pequeño
descansito con los primeros neveros, para luego el camino retorcerse sobre sí mismo en gran
desnivel para llegar al refugio de Tete
Rousse a 3167 metros.
Hasta aquí un paseo, empinado
, pero paseo, en una casetilla cerrada de información turística junto al camino,
se agrupaban los montañeros, para colocarse los crampones (son pinchos de acero
para no resbalar en el hielo, por si alguien no lo sabe), los polainas y sacar
el piolet, empezaba lo serio, y nosotros no fuimos menos ya que la nieve estaba
por todas partes.
Cruzamos una pequeña llanura
de nieve y empezamos la ascensión, las primeras rampas de nieve eran bien
inclinadas, pero enseguida se mezclaban con roca, lo que aumenta su dificultad.
Tras una pequeña trepada en
roca, ahí estaba, delante nuestra, con sus carteles en francés de peligro, LA BOLERA, la bolera apenas
tenía 30 metros,
es un corredor, entre dos crestas, de ladera muy empinada, donde según cuentan
van cayendo piedras de todos los tamaños, que a medida que calienta el día, son
más grandes y más frecuentes, y estaba cubierta de nieve, lo que por fortuna
frenaría un poco la velocidad de las piedras.
Como siempre que hay peligro,
me lancé el primero, a mí no me parecía para tanto, dudé si asegurarme a la
cuerda de acero que cruzaba de lado a lado, pero parecía más peligroso hacerlo,
pasé tranquilamente, mirando arriba por si caía algo, justo en el medio hay un
pequeño paso de roca que fue donde se mató el último hace tres días, así que no
tocaba tan pronto, me dí la vuelta y les dije que me echaran una fotito, Jesús,
gesticulaba y me decía que estaba loco que pasara ya de una vez, así que me dí
la vuelta y seguí, todavía no sé si me echaron la fotito. La cuestión es que pasó luego Jesús y luego Josechu, al que
le cayeron tres pequeñas piedras y una le dio en el pie. Por eso estaba yo tan
tranquilo al pasar, sabía que Josechu se iba a llevar mi ración de piedras, es
que soy un poco brujo…
Después nos confesó Jesús,
que llevaba varios días soñando con las piedras como lavadoras de la Bolera, que lo hubiera
dicho antes y le habría regalado un poco de detergente para el paso.
Poco después de nosotros
pasaron la pareja de japonesitos, fue muy romántico, pasaron los dos encordados
y sin fijarse al cable de acero, sin duda se habrían jurado amor eterno y
querían compartir destino aunque fuera en el fondo de la Bolera.
Hasta aquí de risa, esto del Mont Blanc era cosa de niños, un paseo triunfal, poco más de 2 horas de ruta turística y llevábamos 1000 metros de desnivel y estaba a sólo 500 metros el Gouter, que ahí arriba colgado del cielo como un huevo espacial, nos esperaba con su sonrisa metálica.
Nada más lejos de la
realidad, no sabía lo que nos esperaba, bueno si lo sabía, pero no me lo quería
creer.
El CORREDOR del Gouter es una
cresta de rocas muy, muy empinadita, con algunos tramos verticales que desde
abajo impresiona menos que desde arriba.
El corredor es simplemente un
supermercado de peligros, los hay de todo tipo, piedras descomponiéndose donde
te resbalas, como en la trampa de la hormiga león, paredes verticales, hielo
sin rocas, rocas sin hielo ,hielo con rocas y nieve, nieve con hielo, para todos los gustos, eso sí, el hielo sin
whisky , no penséis que íbamos a otra cosa, y con tanta gente enfaenada en
subir y bajar no te extrañe que te caiga alguna piedrecita de cualquier tamaño
en la cabeza, para eso el casco, muy divertido.
Como siempre nos lo tomamos
con calma, siempre dejábamos pasar a los grupos con sus superguías de dos
metros, cuadrados como riscos y con sus clientes enredaditos en cuerdas, no
fueran a perderlos por algún barranco. Nosotros íbamos sin amarrar, no
estábamos tan cuadrados como los guías para pararnos los unos a los otros, así
que el que fuera primero para abajo, que guardara sitio al final del barranco
para los demás, por si acaso…
El principio del corredor es
piedra descompuesta, muy mala para los crampones, vas dando picotazos a las
piedras que te van zarandeando. No me gusta escalar con crampones, aunque se
clavan muy bien en la roca y en el hielo, son una prolongación de tu cuerpo que
no controlas y puedes darte un cramponazo en la otra pierna y hacerte una buena
brecha, o puedes enredarte en los cordones de la otra bota o simplemente
pisarte un diente ;del crampón por supuesto, no tenemos tanta habilidad para
llegar a la boca.
Cuando acaba la zona
descompuesta, empieza una de grandes rocas, la zona más fácil para mi gusto,
luego una ladera de hielo, donde tienes que subir clavando el piolet en el
hielo y cualquier despiste se paga muy caro, y luego roca con hielo, cuando
llevas tus tres horitas de escalada, poco difícil según los expertos, por lo
visto yo no soy experto, y empiezas a estar hasta los mismísimos, viene lo
mejor ,una vía ferrata, una vía ferrata es una pared vertical con cable de
acero para que te asegures con tu cordino, el cordino es una cuerda que te
fijas al arnés, el arnés es como un liguero de escaladores fijo en la cintura,
bueno, el caso, que si te caes te das un porrazo de dos o tres metros en la
pared, al menos no bajas a guardar sitio en el fondo del barranco.
La pared tenía buenos
asideros pero la verdad que si mirabas para abajo te daba un puñado de
escalofríos por la espalda y por más sitios.
Al final subes casi como
Tarzán izándote como una bandera en el cable, y te encuentras de repente ¡una
escalera de hormigón! que lujo, después de tanta rusticidad, y tras la
escalera, el antiguo refugio del Gouter, ya abandonado.
Una vez arriba te encuentras
un super tocho de nieve, como los helados de cucurucho, a la derecha del
refugio viejo a unos 300
metros está el novísimo refugio de Gouter, un huevo
metálico muy llamativo colgando de una cornisa sobre un abismo infinito ,estos
franceses son adictos a la adrenalina ,cuando te asomas por su pasarela terraza
que lo rodea, donde siempre sopla el viento, ves a un saltito el glaciar de nombre
impronunciable, Bionnassay, y de frente unos cuantos picos con su nieve
colgando de las alturas ,pero si tienes vértigo mejor no te asomes.
Tardamos casi 7 horas en
subir, lo normal, cuando entras en el refugio te encuentras tras un pequeño
vestíbulo con doble puerta, una sala repleta de bancos de madera y de
compartimentos, es la zona sucia, allí te quitas crampones y las botas y te pones un par de chanclas, de
las que se apiñan en bandejas, dejas las botas, crampones, bastones y piolet en
los estantes y te subes arriba con la mochila.
En la primera planta hay un
comedor todo de madera, con mesas largas y bancos, ventanillas amplias con
vistas al abismo, y una larga barra de bar.
Para nuestra fortuna la
muchacha de recepción; una mesita con un ordenador al lado de la barra, sabía
español, y pudimos arreglar el entuerto de la reserva anulada para dentro de 2
días, y nos dio unas pulseritas de papel fosforito, no sé muy bien para qué,
esperaba que no fuera para identificar nuestros cadáveres si el huevo se
descolgaba de la cornisa….
Arriba hay dos plantas, en
cada una de ella dos salas con una 40 o 50 literas, la noche prometía de ruidos
y ronquidos.
Lo más curioso del refugio
era que no había agua, ni una gota, salvo que compraras una botella de litro y
medio que valía cinco euros, los lavabos ni gota y los toilettes como decían
ellos, soltaban agua color marrón deyección, que aunque no oliera, daba
bastante reparo mirarla siquiera.
Y la verdad que son un
poquito guarritos, que para lavarte la cara tenías que ir fuera a por un puñado
de nieve, que por suerte había metros y
metros por todas partes.
Nosotros para no
deshidratarnos y no arruinarnos, utilizamos la fórmula Sebastián ,quien estuvo
el año pasado; una botella de plástico, se raspa con la boca la pared de nieve
de al lado de la puerta de fuera, hasta llenar la botella de nieve, se coloca
sobre un radiador un buen rato, y cuando aparece agua, le echas un paquetito de
suero oral y otro de polvos de naranjada, el antiguo Tang, todo a la
concentración aproximada de un sobre de cada, para litro y medio, y el resultado
es bebida isotónica riquísima.
Nos pusieron la cena a las
seis, una sopa con queso que tú picabas y pollo con espaguetis duros como un risco, aquí todo recuerda la montaña.
Tras una pequeña charla del día de mañana, y tras lavarse los dientes con
nieve, a la cama, a las ocho y media.
El día siguiente prometía,
nos levantaríamos a las una y media, para desayunar a las dos, y salir a las
tres para intentar coronar sobre las ocho de la mañana y después bajar 2500 metros hasta el
nido de las águilas.
Las previsiones meteorológicas
eran buenas para la noche, sin viento y con 7 u 8 grados bajo cero en cumbre,
para luego empezar a empeorar drásticamente, y por la tarde, nieve, y después tres días seguidos de nevadas
y muy mal tiempo.
Teníamos carrera contra el reloj servida, el
tiempo contaba en nuestra contra, si no queríamos quedar incomunicados en el refugio,
o mucho peor, bloqueados arriba en los picos, prometía ser un día con un extra de emoción, por si no había ya
suficiente.
CAPÍTULO 4. EL DÍA DEL JUICIO FINAL.
Era el día
19 de Julio del año 2014 de nuestro señor.
Nos levantamos a las una y
media de la madrugada, me había pasado la noche sin pegar ojo, contando la
gente que salía al servicio y las horas una a una en el reloj, apenas había
dormido diez horas en tres días, mi cuerpo no estaba para bromas.
Jesús, se levantó también con
los ojos pegados y despotricando, la tarde anterior, muy gentilmente a petición
de una bella dama, accedió de buen grado a cambiarse de litera, y la dama no
era tal, sino harpía y le había colocado una máquina de roncar al lado, de esas
que tanto le gustan a Jesús, que se despierta con el eructo de una hormiga.
Apenas desayunamos, la altura
y la cuesta no permite sangre en el estómago, y bajamos a la zona sucia a
pertrecharnos, que hervía en actividad con decenas de alpinistas, colocándose
sus armas y amarrándose las maromas alrededor del pecho, todo un espectáculo.
Tardamos un mundo en ponernos
todos los cacharros, salimos los últimos a las tres y media, y con nuestra
linterna de los chinos y nuestros guantes de un euro del Decathlon, salimos del
refugio.
Algo marchaba mal, sentía que
no era lo esperado, el viento rugía, bufaba
y chillaba, y hacía frío, el
cielo estaba estrellado pero yo sabía en mi instinto de montaña de muchos años,
que el tiempo no iba a ser el esperado.
Empezamos a perseguir la
serpiente de luces que nos precedía, despacito, sin prisa, el oxígeno era más
escaso, la cuesta inmensa, y al fondo las luces del valle de Chamonix.
Silencio, sólo el viento,
sólo él bastaba, y el ruido quebrajoso de nuestras pisadas en la nieve para
llenar nuestros oídos.
En la oscuridad, mirándote
los pies, los tres en cordada, yo en medio de los tres, mi cabeza se llenaba con mis pensamientos:
“ Qué hago yo aquí a oscuras,
sin ver nada, sin dormir desde hace tres días, sin comer, sin casi respirar,
subiendo y subiendo, sin saber a dónde, ni por dónde, ni para qué, con un
viento que te tira de espaldas y encima sin hacer la aclimatación. Vaya manera
más rara de disfrutar, esto es para hacérselo mirar, cuando vuelva a
Extremadura voy a tener que pedirle una interconsulta al psiquiatra.”
Y así paso a paso en la
oscuridad, subíamos y subíamos, parando sólo para tomar geles energéticos, sin
saber cuanto nos faltaba.
A las cinco y media empezó
amanecer, en la Dome
del Gouter, el espectáculo era increíble, pero algo no marchaba bien, yo no
marchaba bien, tenía frío, yo nunca tengo frío, sabía con mis conocimientos de
profesión que estaba empezando a tener los primeros síntomas de agotamiento.
Tras la Dome hay que bajar de nuevo,
y luego subir otra cuesta al Vallot, se me hizo interminable, la cabeza me daba
vueltas, había dormido demasiado poco, nada.
Llegamos al refugio
Vallot a las seis, yo no estaba bien,
nada bien. El refugio Vallot es una lata cuadrada que hay que entrar por una
escalera vertical en un agujero en el suelo, allí hay una tarima, en una estancia
con forma de cubo de unos 50 metros
cuadrados, allí había montañeros tirados desparramados
por el suelo recuperándose y algunos entraban tiritando convulsivamente de
frío, era realmente impresionante, yo me encontraba estupendamente al lado de
muchos de ellos.
Nos quitamos la cuerdas y nos
pusimos a recuperar fuerzas, nos tomamos algunos geles, ya que comida no era
recomendable, yo me encontraba algo mejor, pero no, no estaba suficientemente
bien.
Las montañas no se suben, se
bajan, cuando vas a una cima tienes que ver tus fuerzas no para subir, sino
para llegar sano y salvo abajo, sin tener que jugarte la vida bajando por estar
agotado.
Empezaba a verlo claro, no
seguiría, no iba a poner mi vida en peligro por un picacho de m…, dudaba
seriamente de si podría llegar ,pero
tenía muy claro que después había una bajada de 2500 metros, repleta de
peligros que tenía que hacer con garantías mínimas de no despeñarme.
-“ Chicos, no voy, no estoy bien, no sé si podré
llegar, pero tengo la certeza que si subo, bajar va a ser un calvario.”
- “ Vale, nosotros nos encontramos bien, vamos a
tirar para arriba”
- “Bien, de acuerdo.”
Mientras se volvían a
pertrechar salí del refugio a hacer unas fotos, y cuando miré arriba al Mont
Blanc, un escalofrío recorrió mi espalda, el tiempo había cambiado
drásticamente, el Mont Blanc estaba comido por una gran nube que crecía por
momentos y el viento rechinaba y el frío aumentaba, así que me volví
rápidamente adentro.
-“ Chicos, yo no voy a subir porque no estoy
bien, pero si lo estuviera tampoco lo haría, y creo que no deberíais subir, el
tiempo ha cambiado”.
-“Nosotros, nos vamos a
asomar tranquilamente y si vemos algo raro nos volvemos”.
-“ Pues que sepáis, que no
vais a ver nada, estaréis todo el rato en la niebla, os va a ventear, nevar, y
vais a pasar un frío terrible, eso si no os tira el viento por la ladera de Les
Bousses. Vosotros sabréis lo que hacéis, pero es una puta locura subir”.
-“Nosotros, nos asomamos y si
vemos algo raro nos volvemos y ya está”.
- “Vale, son las siete, a las
siete y media tiro tranquilamente para el Gouter y allí nos vemos, mucha
suerte, que os va a hacer falta”.
Le metí a Jesús en su mochila
el GPS para que registrara la ruta, y salieron hacia la nube de nieve y viento
que enseguida los engulló.
Me quedé sumido en oscuros
pensamientos, “la montaña no entiende,
la montaña no perdona, es una locura, ojalá se vuelvan”.
Saqué mis gafas de ventisca,
me iba a hacer falta para la vuelta, ellos no tenían, iban a ver gamusinos en
la cresta de Les Bousses, allá ellos, son mayorcitos.
Salí del refugio a las siete
y media, bajaban cordadas y cordadas de alpinistas con sus superguías de 2 metros, era evidente,
casi todo el mundo se volvía, parecía una evacuación generalizada, y esos dos
por ahí arriba, definitivamente, les ha dado mal de altura…
Muy tranquilamente comencé a
bajar, volviéndome continuamente por si los veía volver, pero no, de la nube
salían escupidos montones y montones de alpinistas pero ninguna pareja. Yo era
el único suelto que iba por ahí sin amarrar, bueno, con no caerme en alguna
grieta de glaciar, tampoco es para tanto, y si me tira el viento con echarte
sobre el piolet te quedas fijo, la nieve está buena.
Realmente en el largo día fue
el único disfrute que tuve, le hice fotos en el desierto de hielo a los
Seracs (bloques de hielo enormes, suspendidos con riesgo de caerse), a
las grietas del glaciar, que de noche ni las vimos, a los picos, a los
montañeros, a la nieve, al hielo, a todo, mientras de reojo vigilaba los que
bajaban por si ellos venían.
El viento era terrible, en la
cresta del Gouter, tuve que pasar casi a gatas, de pie era imposible, y a eso
de las nueve y media llegué al refugio.
En el Gouter ardía la
actividad, la zona sucia estaba hasta arriba de gente poniéndose sus
pertenencias, iban todos para abajo, parecía una evacuación como en las
películas, en poco rato me quedé completamente sólo, así que subí al salón tras
quitarme botas y crampones , y allí me encontré a los japoneses, ella lloraba
desconsoladamente, mientra él la abrazaba con ternura, era evidente que también
se habían vuelto.
Había poca gente, comiendo
tranquilamente, me senté en un banco y me quedé transpuesto diez o quince
minutos, salí otra persona, eso era lo que necesitaba, dormir un poco, me
dieron ganas de subir a buscarlos, pero era otra locura más en el día, para
salir del refugio y pasar la cresta lo iba a tener que hacerlo arrastrándome
por la nieve con el viento que hacía, y
además a dónde iba sólo, si les pasaba algo, no iba a encontrarlos en la gran
montaña, ya basta de locuras por hoy.
Eran las diez y media, las
siguientes fueron las horas más largas de mi vida, y encima el tiempo corría en
contra y si volvían sanos y salvos, la bajada por el supermercado de peligros
iba a ser con nevadas y mucho, mucho viento.
Las once, definitivamente no
se han vuelto, están locos.
Las once y cinco, pasa un
helicóptero, lo mismo van a por ellos.
Las once y quince, subo a la
segunda planta a ver si hay ventanas de las que pueda ver el camino ,de refilón
en la cresta he visto a alguien, se parece a Josechu, bajo corriendo, falsa
alarma, son belgas.
Las once y veinte, entran
unos finlandeses, no vienen de allí.
Las once y veintidós, un
grupo de franceses, van para abajo.
Las once y veinte nueve, se
van los finlandeses.
Las once y treinta, otra vez
sólo en la zona sucia.
La angustia es la mejor
maestra, y por arte de magia empecé a hablar inglés, como un nativo de las
islas Malvinas, y le preguntaba a todo el que llegaba, si habían visto bajar
una cordada de dos, nadie sabía nada, pero el chorreo era constante y la
mayoría no venían del Mont Blanc.
Las doce, subo a preguntar si
han escuchado algo de un accidente por radio, no, está todo tranquilo, soy yo
el que no lo está, ya voy pensando qué hacer si no vuelven, primero llamar a la
gendarmería y luego a ver qué pasa, y si vuelvo sólo a Extremadura, vaya
marrón.
Las doce y diez, unos enormes
y fornidos montañeros de Arkansas vienen del Mont Blanc, si del Mont Blanc:
-“Habeís visto una cordada de
dos.”
-“ No sé, hace mucho rato,
arriba, primero una de tres, luego una de dos”, queda poca gente pero alguna
hay, todavía.” Me decían en inglés con acento
americano.
- “ Hemos tardado tres horas en bajar, el viento te tira de
espaldas, no te preocupes van a tardar”.
Lo mejor de la montaña es la
camaradería, todo el mundo es estupendo, y hay un vínculo invisible entre los
montañeros, que sabemos que estamos a merced de la naturaleza, y que cualquiera
puede ser el siguiente.
Las doce y veinticinco, una
intensa calma me invade, sé que están bien, lo sé, no sé porqué ,pero lo están.
Me senté tranquilamente en el
comedor mirando a la gente, después de mucho rato sin parar, y a las una menos
veinte me dije, ya han llegado, lo sé, no sé porqué, pero lo sé, y me bajé
tranquilamente a la zona sucia, abrí la puerta y sentados en el vestíbulo, ahí
estaban, dos cadáveres, sus caras desfiguradas por el esfuerzo, blancos como la
nieve y parecían más secos, demacrados y desmejorados.
Muy tranquilamente como si
hubiera estado todo el rato viendo un documental de los leones de África:
-“Qué tal estáis, chicos”.
-“Tenías razón, Fran, has
hecho bien en volverte, ha sido duro, muy duro”.Decía Jesús del que apenas
salía un hilillo de voz.
-“Nos ha nevado, hacía mucho
frío, y todo el rato por la niebla”.
-“Subimos los dos en
silencio,y como veíamos a más gente
seguíamos para adelante, por unas aristas empinadísimas y tras cada cresta había otra y
luego otra y luego otra más empinada
todavía.”
-“En la cresta no hemos visto
barranco alguno, sólo niebla y arriba hubo un momento que pareció querer
abrirse pero no lo hizo, y nos no paró de nevar.”
-“Además, hemos bajado
corriendo porque sabíamos que tú estarías preocupado”. “Qué has hecho todo este
rato”.
- “Pues nada, aquí sentado
tranquilamente, a ver si aparecíais.”, no era momento de explicaciones, había que
salir de allí, ya o ya, o quedarnos en el refugio dos o tres días con riesgo de
perder el avión.
No habíamos comido casi nada, desde la una de la madrugada, yo, que
había tenido todo el tiempo del mundo, no me había acordado, y ellos en sus
circunstancias no habían podido.
Josechu subió un momento para
ver el pronóstico detallado, estaba claro, si queríamos bajar tenía que ser ya.
Así que picoteamos un poquito, y nos volvimos a preparar para bajar, yo estaba
muy preocupado, no habían descansado nada, absolutamente nada, y el descenso
era terrible, y el viento mucho más, me acordé
de los japoneses que tras comer tranquilamente, habían bajado a las
once, con lo delgaditos que eran con este viento, lo mismo llegaban a Japón sin
tener que comprar billete de avión…
Sin parar ni un segundo, salimos
del refugio, el viento te empujaba fuertemente desde atrás intentando tirarte
de boca, pero por fortuna al llegar al corredor no daba de lleno, nos pusimos el mono de
tranquilidad, que al mirar hacia abajo se nos caía a los pies de golpe, y nos
arrimamos a la pared como lapas, clavando los crampones en cada grieta, con
cuidado, ya que el destrepe tiene mucho más peligro, todavía pasaban algún
grupito con sus guías, y algún cliente temblaba literalmente arrimado a la
pared, yo los fui dejando pasar, no quería nadie por encima mía tirando piedras
con su miedo.
Empezó a nevar, la nieve te
azotaba con crudeza la cara, más bien parecía granizo muy fino, muy molesto, un
castigo más.
Seguimos pasando de cable en
cable, con lentitud, ahora tocaba el muro de hielo, aquí don piolet, se clava y
se vuelve a clavar, paso a paso, centímetro a centímetro, dejó de nevar, la
suerte nos sonríe.
Y la tragedia un paso delante nuestra, un joven alpinista resbala en el hielo, empieza a coger velocidad y justo en el último segundo consigue detenerse con el piolet, la muerte estaba tirando de él hacia abajo,ha estado muy cerca, pero por ahora tendrán que esperar los periodistas de la crónica negra, podríamos haber sido cualquiera de nosotros.
Y la tragedia un paso delante nuestra, un joven alpinista resbala en el hielo, empieza a coger velocidad y justo en el último segundo consigue detenerse con el piolet, la muerte estaba tirando de él hacia abajo,ha estado muy cerca, pero por ahora tendrán que esperar los periodistas de la crónica negra, podríamos haber sido cualquiera de nosotros.
Ahora tocan las rocas, aquí
son nuestras manos los que nos dan la supervivencia, metiendo los dedos, en
cada pequeño resalte, arañando la piedra si es necesario, en ello va mucho,
pasamos la mitad, empieza a llover, menos mal que llevamos los crampones, al
menos no nos resbalamos, ya falta menos, yo voy bien, muy bien, me encuentro
como nuevo, ellos no tanto, deben de estar pasando un mal rato, otro paso
difícil atrás, otra roca menos, llegamos al último tercio. Me voy adelantando
poco a poco, ellos van con muchas precauciones, sus reflejos son más lentos.
Ahora tengo muy claro, que si
hubiera subido o no hubiera llegado a la cima o no hubiera llegado abajo de la
montaña, o ambas cosas, hice lo correcto.
Me senté tranquilamente un
rato tomando nuestra naranjada Sebastián, que era lo único que estábamos
tomando de alimento, viendo desde abajo a ellos encaramados gestionando las
últimas rocas, bonita estampa, menos mal que había parado de llover.
Pequeño descanso, vamos a por
la bolera, con el viento puede ser más peligrosa, esta vez pasó Jesús primero a
petición propia, normalmente soy yo el primero en estos asuntos, y es que no me
gusta esperar al peligro. Pasamos sin novedad, la bolera estaba inusualmente
tranquila, parecía que con las nevadas estaba dormida profundamente.
Llegamos a la caseta del Tete
Rousse, eran las cuatro, el último tren cremallera a las seis. No podíamos
parar a descansar o tendríamos que descender mil metros más a pie.
Jesús le dio por bajar
corriendo, le dije que se tranquilizara, que apenas faltaban 3 kilómetros bajando y
de pie, un paseo. Se fue adelante, Josechu y yo aprovechamos que se había
abierto un poco el día para disfrutar de las vistas y fotos, hacía mucho que no
lo hacíamos.
Ya cerca del Nido de Águila
alcanzamos a Jesús, iba muy tocado, la carrera le había hecho mucho daño, estos
siempre son los peores metros cuando la meta está cerca.
Los dejé atrás, ellos ya iban
ya pidiendo el final a gritos, yo disfrutando con mi cámara y del rugido del
glaciar Bionnassay, el del nombre impronunciable, que sería más fácil Biodiesel o simplemente Bioni para los
amigos, que continuamente vomitaba
grandes cantidades de nieve y hielo por sus laderas.
La estación, sí, la estación,
un sueño, una quimera, un deseo inmenso e inalcanzable, llegué y saludé a la
taquillera que jugaba con su móvil distraídamente, eran casi las cinco y media.
Jesús y Josechu, llegaron unos minutos después, en su cara no sé si predominaba
la satisfacción o el agotamiento, pero las dos muy presentes, nos hizo la mujer
las últimas fotos de nuestra gran aventura, pero todavía nos faltaba llegar a
Chamonix, y el teleférico lo habían cerrado ya, así que bajaríamos hasta Le
Fayet fuera del valle de Chamonix.
Nos metimos en el vagón del
tren, tiramos las mochilas y nos quitamos las botas, estábamos casi solos y nos
quedaba hora y media de viaje.
El viaje increíble,
descendiendo lentamente con su eterno crujir, prados, bosques y arroyos se
sucedían, todo tan diferente del desierto blanco de dónde veníamos…
Llegamos a las siete y media
a Le Fayet, de allí cogeríamos otro tren, esta vez de aspecto normal, a las
ocho y media nos subimos medio arrastrándonos y llegamos a Chamonix, cerca de
las diez de la noche.
Nos duchamos corriendo, una
vez más en el día, que nos acordamos que no habíamos comido, y en Francia lo
cierran todo enseguida.
A las once empezaron a
cerrarnos todos los restaurantes en las narices y cuando nos acercábamos nos
miraban huraños, y nos decían que ya estaba cerrado.
Por fortuna, en un pequeño
restaurante, un joven de pelos ultra rizados con aspecto italiano y una alegría
y simpatía desbordante, a pesar de la hora, nos preparó un plato enorme de
espaguetis a la carbonara, que sin duda, eran los más ricos que habíamos comido
en nuestra vida…
CAPÍTULO 5. EPÍLOGO
Suaves son las nubes que se
deshilachan al pasar entre los árboles del bosque.
El cielo está gris, como en
un día de invierno ,las cumbres se perdieron, se esfumaron.
Las aguas del río se
revuelven inquietas, del color de la tormenta, y su estruendo nos arremete los
oídos.
Ya no queda nada del Mont
Blanc, un recuerdo entre nubes, un sueño alado que se perdió en la noche.
La lluvia cae ahora
mansamente, en murmullo suave y sereno, sobre los tejados de Chamonix.
Y paseamos con parsimonia
entre las tiendas, como un turista más, buscando lo que no podemos encontrar.
Y las imágenes de nuestro
sueño, vienen sin cesar, como la lluvia que nos apaga en Chamonix.
No digas que fue solo un
sueño, fue nuestro sueño, un sueño de blanco y hielo que se sigue afanando en
nuestras cabezas.
Y de este sueño una y otra
vez, una imagen revuela en mi cabeza:
Ahí están, Jesús y Josechu,
solos, en la arista de Les Bousses, solos,
sin hablarse, sin mirarse, entre la niebla, el viento azotando, la nieve
castigando sus caras, metiéndose en los ojos, sin mirarse, paso a paso, sin
detenerse, andando por el estrecho surco que hiere la nieve, sin hablarse, sin
mirarse…
Y no lo podía evitar,
continuamente, una y otra vez, me venía otra imagen, de hace veinte años, en los Pirineos:
Ahí estábamos, Antonio y yo,
solos , subiendo, paso a paso, hacia el collado, la lluvia estaba por todas
partes, el sendero era un río, nos llegaba más arriba de los tobillos, subíamos,
paso a paso, sin hablarnos, sin mirarnos, el agua nos calaba los huesos, nos
metimos en la nube, la niebla nos cubría, empezó a tronar, temblaba el suelo,
paso a paso, allí solos, sin hablarnos, sin mirarnos, estábamos casi en el
collado, nos caía granizo, paso a paso, volvía a temblar el suelo, subíamos, sin hablarnos, sin mirarnos, sobre todo sin
mirarnos …para no ver el miedo en nuestros ojos.
Ya había vivido lo de la
arista de Les Bousses, por eso no subí, por eso no dudé, ni subiría ni en mi
mejor forma.
La montaña para mí no es un
deporte, no es fama, no es gloria, no es autosuperación.
La montaña es vida, vida y
muerte, en aquella situación murieron 39 personas en los Pirineos, Antonio y yo
lo contamos, pero que haya otros en la arista de Les Bousses, no significa que
tú, no seas el siguiente…
Era nuestra última mañana en
Chamonix, pasamos dos días de turistas bajo la lluvia de los Alpes, bendita
lluvia, que lo mantiene todo verde, verde vida, verde esponjoso.
En esos dos días visitamos la Auguille du Midi, un pico
de 3800 metros
que se accede por teleférico, que sale
desde Chamonix a 1000
metros y donde te preguntas si en realidad estás
subiendo al Monte Fuji, porque éramos los únicos no japoneses del teleférico, y
también visitamos en tren cremallera el Mar de Hielo, un glaciar perforado en
cuevas realmente impresionante, donde te crees en el Himalaya, porque éramos
los únicos no indios del tren cremallera.
Se nos acababa la aventura,
se nos iba el sueño fumoso que había alimentado nuestros últimos meses de vida.
En pocas horas nos subiríamos al avión y todo
pertenecería al mundo de los recuerdos, el pasado, aquello que flota entre el
ensueño y la realidad, aquello que no volverá, aquello que tenemos en nuestra
mente, y no sabemos si lo vivimos o lo soñamos, en otra vida.
Un puñado de imágenes que nos
vienen en los días largos de invierno, cuando la melancolía te abraza el ánimo,
cuando la tristeza te embarga el pecho, cuando la desgana del sin vivir te
corroe el alma, dando tragos de amargo sabor que te suben por la garganta, como
fontana oscura y fría que suena lejana entre murmullos, sí, lo que nunca sabemos
si fue verdad o fue ficción, si fue como fue, o si fue como quisiéramos que
fuera, si, el pasado, tu pasado.
Pero el pasado atrás y adelante
el futuro. El futuro que nos traerá nuevas aventuras, nuevas montañas, nuevas
cuestas empinadas de nieve dura, nuevos barrancos, nubes, ríos, brisas,
ventiscas, fríos penetrantes y muchas más situaciones.
El Mont Blanc por esta vez toca
a su fin, pero es el inicio de nuevas aventuras y es el
lugar donde llegaron tres montañeros de Extremadura y se fueron tres alpinistas, y sobre todo,
para los tres, es el comienzo de una gran amistad…
En Navalvillar de Pela, 5 de
agosto de 2014.
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